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Reflexiones


No por oro, ni por plata
Quiero mostrarte algo, hija, que me impresionó años atrás cuando estuve aquí de paso.
Vamos a la plaza. Rut y su mamá habían llegado a Lima ese mismo día, y antes de seguir viaje tenían que pasar varias horas allí. Caminaron hasta la plaza y para sorpresa de Rut se dirigieron a la catedral. Entraron por una puerta pequeña y en seguida pidieron permiso al portero para pasar a un cuarto que quedaba al lado derecho. Adónde vamos? Susurró la niña un poca asustada, pues el aspecto sepulcral del edificio le intranquilizaba. Delante de ellas descansaba una urna de vidrio, y al acercarse divisaron dentro el esqueleto de un hombre con una espada al lado. ¿Quién es? ¿Por qué está aquí? preguntó la hija sumamente intrigada. Se llamaba Francisco Pizarro. ¿Te acuerdas de él? Claro, Mamá; él descubrió y conquistó el imperio de los incas, y fue virrey del Perú. Precisamente, hija, y también fundó esta ciudad de Lima. Sin duda esa espada que tú ves cortó muchas cabezas. ¿Sabes tú que él nació tan pobre que cuando niño se ocupaba en cuidar manadas de cerdos? Nunca aprendió a leer; sin embargo acumuló una fortuna, pues codició el oro como pocos. Rut, ¿te acuerdas de haber leído de Atahualpa? ¿El emperador de los indios peruanos? Sí, el último Inca.
El gobernó desde Colombia en el norte, hasta Rió Maule, por el sur, cerca de donde vivimos nosotros, En Chile. Pero fue muerto por los Españoles, ¿no es cierto? Tienes razón Rut, fue traicionado por este hombre, Francisco Pizarro. No hay duda que Pizarro fue un hombre muy valiente, pero sumamente cruel, y lo que más deseaba era oro, oro y más oro. Cuénteme de Atahualpa Mamá. Bien hija, cuando Pizarro llegó al Perú, acampó a poca distancia de la ciudad donde estaba Atahualpa, aparentando amistad, mandó una invitación a que éste le hiciera una visita. El Inca confió en la palabra del Español y fue con sus servidores, pero era una trampa. En medio de la entrevista, a una señal de Pizarro, los soldados les dispararon. La caballería se lanzó sobre los indios, quienes huyeron aterrados ante las armas de fuego. Miles fueron muertos y Atahualpa quedó preso. ¡Cómo podrían ser tan malos! exclamó Rut. Pero la historia sigue peor hija, y en gran parte se debió al amor a las riquezas. Como la Biblia dice, el amor al dinero es la raíz de todos los males.
Un día Atahualpa, desde su calabozo, pidió hablar con Pizarro, y le dijo: Si me soltáis, llenaré de oro este cuarto hasta donde llega mi mano levantada, y también llenaré de plata los dos cuartos inmediatos. Pizarro aceptó la oferta, prometiéndole su libertad. Imagínate cómo trabajaron los súbditos del Inca para acarrear todo ese oro y plata hasta llenar los cuartos, pero tantas eran sus riquezas que pudieron hacerlo. Los españoles lo repartieron entre ellos. Sin embargo, nuevamente Pizarro no fue hombre que cumpla su palabra, y mandó que estrangularan a Atahualpa.
Mamá, Atahualpa quiso comprar su libertad con oro, ¿cierto? Hay un versículo que aprendimos en la Escuela Dominical que dice que no podemos comprar la salvación ni con oro ni con plata. Sí, hija, 1 Pedro 1.18 dice: "Fuisteis rescatados no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo." Rut, si algún día te sientes tentada a pensar mucho en las riquezas de este mundo y despreciar lo que Dios nos ofrece, acuérdate del esqueleto dentro de esta urna. Pizarro, pocos años después de haber acumulado tanto oro, fue asesinado. El partió, su alma se perdió, y de nada le valió todo el oro.
Pero, hija, no sé cómo ha pasado la hora. tenemos que ir a almorzar. Salieron las dos y atravesaron la plaza muy pensativas.